Capítulo Uno

Necesito remediar las penas y sanar los sufrimientos que he ocasionado con mis tantas mentiras, pero el miedo a no estar solo provoca que siempre que planeo algo para cambiarlo todas las promesas pasan a ser simples intenciones.

Como si fuese el cristiano más devoto, tomé parte en los festejos de las semanas largas de Santa y Pascua tendido en una hamaca en playa Chacala. Una parte de mi deseaba saludar a mis compañeros pero la otra odiaba la idea de enfrentarme de nueva cuenta al trabajo. A mi llegada a la ciudad logré convencer a Edith, mi novia, a no ir a su departamento, que está al otro lado de la ciudad, con el pretexto de no hacerme más daño en el tobillo lastimado a la hora de tomar un taxi o un uber, y de venir ella al mío no me convenía, pues bien sabia que se pondría sugerente y desearía tener relaciones después de no verme en todas las vacaciones. Al parecer funcionó la explicación cuando le imprimí el suficiente ademan adornado de variados pucheros para que resultara más creíble, aunque no contaba con que al ser tan explícito con el dolor, la hinchazón y todas esas cosas, ella estaría rumbo a mi departamento, y tal como se lo propuso, Edith me llevó a urgencias, resulta que sí tengo un pequeño desgarre pero nada que no se cure en dos días y que un poco de hielo y un baño de agua caliente no quite.
—Deberías intentar dormir y quizá mañana ya no tengas el tobillo tan hinchado —me dio un beso en la frente.
—Sí, tienes razón, gracias por venir.
—Ya es tarde y me queda un largo camino que recorrer. Con gusto me quedaba a acompañarte pero debo llegar a dormir a casa de mamá, le prometí cenar juntas.
—Tú siempre tan hermosa —me dio otro beso pero en esta ocasión en los labios.
—Me voy, ¿quieres que mañana te pase a recoger para llevarte al trabajo?
—No amor, no es necesario, si no puedo conducir pediré un uber, no te preocupes.
—Ok, cualquier cosa me llamas, descansa.                    Mientras le lanzaba un último beso, ella salía del departamento.
Ahora todo se encontraba en completo silencio.
Ha llegado el momento de hablarles de mi novia: Edith es una chica encantadora e independiente, aunque demasiado reiterativa en cuanto a los asuntos del amor, y últimamente resulta ser muy agobiante su insistencia a casarnos. En los últimos días no había recibido ni una sola señal que vaticinara tal propósito, pero dormía y amanecía con el mismo pensamiento: el temor a ser asesinado, todo esto sucede cuando mi pensamiento central se enfocaba en perderme para siempre en cualquier lugar que me asegurara que ya no regresaría, en la búsqueda de vivir una historia que no se entierre en la sepultura del olvido.
Desde que egresé de la Universidad vivo solo. Mis hermanos viven en diferentes ciudades por lo que suelo reunirme con ellos solo en fechas importantes o cuando sus actividades se los permiten.
El último recuerdo amoroso que tengo de mis padres fue a principios del año de mil novecientos noventa, cuando tomado de la mano de mi padre miré temeroso un polvoroso y pueblerino Jardín de Niños en el que no sólo amenazó con dejarme, me dejó tirado. Años más tarde, era ya un joven que buscaba consolar con variadas actividades repeliendo el miedo que me causaba estar cautivo. Siempre tenía ganas de correr y correr y a la vez no alejarme. La libertad es maravillosa. En lo que se refiere a mi diminuto mundo, no podía contar a nadie que sentía miedo a lo desconocido y, tal vez, por esa razón siempre quería huir. Me dolía vivir en esas circunstancias pero también sabía que no tenía muchas salidas y más me valía lidiar con esa realidad.
El caso es que chico o grande mi familia nunca lo entendió y ni les importaba entender, pero con la pena yo quería mi libertad y no estaba dispuesto a sacrificarla. Pero eso era antes, hoy he decidido salir a conocer el mundo; era obvio que no huía al compromiso. Sé que muchos de mis amigos me extrañaran y yo a ellos, pero actúo en su propia defensa y no era la intención ofenderlos con mi partida. Busco con la "excursión" tener mis propios incentivos y muy posiblemente obtener ganancias suficientes como para lograr conseguir todos mis sueños y 'pueque' casarme. La verdad es que ni yo creía lograrlo, pero al menos debía intentarlo y recordaría este día como el momento en que la mayoría de las cosas me pasaban eran feas por lo tanto ya no haría corajes por la mañana al despertar. Y es que no es posible despertar siempre igual como yo despierto, con el cerebro entumido, la intuición extraviada y la boca amarga. No era posible despertar así, o sea tengo una muy buena apariencia física, las mujeres con las que salgo me lo dicen, eso aumenta la autoestima de cualquier hombre, además me ejercito  y me gustan correr al aire libre por las mañana.
En tiempos de universitario siempre manifesté un profundo rechazo a las ciencias políticas, por tal motivo fui dictaminado como una persona que no acata órdenes y muy desordenado en sus ideas. Pero nunca quise ser un "don nadie".
Ahora sin nada mejor que hacer y con muchas películas por ver, cuando por fin me pongo cómodo, el celular suena, un nuevo mensaje llega:
―¡Hola! ¿Cómo te sientes? Espero que no tengas nada grave, ¿te encuentras bien? ¿cómo sigue el tobillo? Mis mejores deseos. Natalia.
Natalia me había mandado un mensaje y estaba preocupada por mi salud.
―¡Hola! Bien, no tengo nada grave, máximo en dos días el tobillo regresará a la normalidad y volveremos a meternos a esa cueva a tener sexo salvaje mientras los cangrejos nos pican la cola.
Después de unos minutos mis ojos no se vuelven a abrir. Lo primero que pude notar al abrir los ojos a la mañana siguiente es que se me había hecho tarde, como siempre, aunque también me di cuenta de que la hinchazón del tobillo había disminuido.
Como de rayo me había alistado, además no encontré nada de tráfico, este día pintaba bien. Había llegado a la hora de costumbre, y con no mucho esfuerzo bajé del auto.
—¡Hola Bruno!
—¡Hola mi amor!
—¿Cómo sigues de tu pie? —me pregunta Edith en cuanto llega a mi lado.
—Bien, gracias a tus cuidados ya estoy mejor, solo me quedó la molestia —admití.
—Entiendo. ¿Entonces? —comenzó a decir en voz baja.
—¿Qué pasa? —volteé a verla y pude darme cuenta de que no se animaba a hacerme la siguiente pregunta.
—Ya no necesitaras de mis cuidados a domicilio, ¿verdad?
Me paré en seco, ¿a qué venía esa pregunta?
—Sí, claro que los necesito —comencé a caminar de nuevo.
La tomé del brazo para poderme apoyar en ella, aún no lograba explicarme porque sentía esa corriente eléctrica recorrer mi brazo en cuanto la tocaba, en cuanto la sentía cerca de mi cuerpo.
—¿Crees que pueda visitarte para darte un masajito?
—Claro que si, un masaje estaría genial y, tal vez, pedir una pizza para comer juntos —le respondí sin mirarla.
En cuanto escucha la respuesta de inmediato ella esboza una sonrisa y sus ojos brillan, pero también luce pensativa, y es en ese momento en el que hace olvidarme absolutamente de todo. Esta mujer provoca en mí admiración, pero me obligo a dejar esos pensamientos de lado mientras comienzo a caminar poco a poquito.
—Vaya, esa es muy buena idea —escucho el pesar en su voz como si en sus planes hubiera algo mejor que hacer.
Pero como si no fuera suficiente la incomodidad que sentía, mi celular comenzó a sonar.
Al otro lado de la línea se encontraba Marina.
—¡Hola! —dijo por lo bajito.
—¡Hola cariño! ¿Cómo vas?
Marina siempre sonaba demasiado feliz.
—Bien, me siento muchísimo mejor —respondí lo más tranquilo que pude.
—En verdad lamento lo de tu tobillo, me encantaría recompensarte, ¿aceptas? —seguía feliz.                                   
—No te preocupes, estaré bien —quise quitarle importancia a la situación.
—No dejaré que me convenzas de lo contrario, vamos déjame recompensarte —insistió.
—Ok, está bien —teniendo a un lado a Edith no podía ser con ella como siempre era, simplemente no era posible.
—Excelente cariño, ¿te recojo cuando salgas de trabajar?
¡Rayos! ¿No podía simplemente llamarme después? —pensé.
—Mejor nos vemos después, hoy traigo el coche, ¿está bien el viernes a las 4:00? —no reconocía mi propia voz.
—Sí, está bien, nos vemos el viernes a las 4:00, te mando un besito, Bruny.
Silencio. Marina, no podía hacerme eso, en verdad no, lancé una mirada rápida a la dirección donde se encontraba Edith y descubrí que me miraba de forma expectante, y siguiendo toda la conversación.
—Ok, gracias —le dije tan rápido que no creo que Marina lo hubiera entendido.
Los próximos tres minutos de camino no dije ni una sola palabra, quise hablar y las palabras murieron en los labios. Al llegar a la oficina me aclaré la garganta y por fin me atreví a dirigirle una rápida mirada.
—Gracias por ayudarme —soné demasiado nervioso, mi corazón latía demasiado rápido que temía se saliera del pecho.
—De nada —volteé a verla nuevamente porque su tono sonaba demasiado severo.                                                              
Nunca la había escuchado hablar de esa manera, tenía el ceño fruncido y sólo se limitaba a asentir con la cabeza cuando alguien pasaba a su lado o saludaba animadamente.
Entramos al despacho y Edith me acompañó hasta mi lugar, pude percatarme de que su respiración se había vuelto irregular, su pecho subía y bajaba rápidamente a la vez que su mirada se había oscurecido, su mano se encontraba tocándome el codo, comenzó a acercarse un tanto cada segundo, la escuché pasar saliva y ahora su mirada se dirigía a mis labios. Cielos, me iba a besar. No podía permitirlo estábamos en el despacho y alguien podía entrar en cualquier momento.
—Bruno —dijo con voz suave.
No perdí uno sólo de sus movimientos, podía sentir su aliento golpeando mis labios, si me estiraba tan sólo un poco podía llegar a rozarlos, podía llegar a sentirlo, estaba perdiendo la cabeza.
—Edith —alcancé a susurrar implorándole que se diera prisa pues si no se apuraba nos cacharían.
Avanzó un poco más en mi dirección y justo cuando estaban a nada de fundirme en un beso Alicia, sí, una de mis mejores amiga entró.
—¿Bruno? —su voz retumbó en las cuatro paredes.
Al instante Edith retrocedió y a mi vez cerré los ojos un poco por el susto pero en mayor medida por el alivio, si hubiera tardado unos segundos más en aparecer, hubiera podido saborear sus labios.
No, no, ¿qué estoy diciendo?, si ella es mi novia, no tengo que sentirme avergonzado de besarme con mi novia aunque sí apenado por hacerlo en el trabajo, no debo creer que ella es prohibida para mí —pensé.
—¡Hola Jefa! ¿Cómo está? —dije una vez que recuperé la voz, Alicia entrecerró los ojos tratando de analizar la escena que presenció, tenía que eliminar el nerviosismo y el rubor de mis mejillas.
—¡Hola Bruno! Bien —contestó tranquilamente pero con la mirada me dijo que al ir a desayunar vendría el interrogatorio obligatorio.
—Gracias por ayudarme, señorita Mora —le dirigí a Edith una mirada implorándole que no dijera nada más.
—No fue nada, señor Flores —se aclaró la garganta—. Espero que te mejores pronto.
—¿Cómo? —casi gritó Alicia desde la puerta y atravesó el salón en un segundo.
—¿Qué te pasó, Bruno?
—Ayer resbalé al subir las escaleras del departamento y me torcí el tobillo, la señorita Mora me ayudó a subir desde el estacionamiento —dije con toda la naturalidad del mundo, como si no hubiera estado a punto de besarme con mi novia y compañera de trabajo.
—Ah, entiendo —cambió el tono de voz y supe que no habría ningún interrogatorio.
Eso le explicaba la razón por la que nos había encontrado tan cerca el uno del otro —supuse.
Las siguientes dos horas fueron las más largas que pudieran haber existido, no soportaba las intensas miradas de Edith, buscaba cualquier pretexto para acercarse a mi lugar y pedirle una explicación y yo me odiaba por intentar ser indiferente con ella, y trataba inútilmente comportarme con toda la naturalidad del mundo.
—¿Estas nervioso por la boda?
—¿Cual boda Alicia?
—No te hagas el desentendido que todos en la oficina ya lo sabemos. Te aseguro que no tienes de qué preocuparte. Imagino que preparar una boda hoy en día es más complicado y trabajoso que antes, y que además nadie pueda ayudarte con los gastos pues más, pero me tienes a mí para lo que necesites. Sabes que puedes contar conmigo, ¿verdad?
—No sé de qué hablas.
—Edith te quiere muchísimo. Vas a ser el novio perfecto. Ustedes serán la pareja perfecta.
—¿Sí?
—¿Por qué no? ¿Dónde está escrito que en todas las relaciones tiene que haber pasión, risas, comunicación e incluso enfados y peleas para considerarla perfecta?
—En la tuya no hubo nada de eso, pero existió cariño, respeto y comprensión. Más que suficiente para formar una vida en común, ¿no?
—Hoy estas más simpático que de costumbre.
Le externé ese razonamiento a Alicia, mi jefa, pues me resultaba frustrante llegar al trabajo y encontrarme con que Edith entusiasmaba a todos en la oficina con la boda.
Alicia era una completa adicta al trabajo y, salvo los escarceos que mantenía con Marina, Natalia y yo, carecía de vida privada. Cuando no estaba con nosotros, estaba en la oficina trabajando y yo tenía mi propia teoría al respecto. Suponía que trataba de mantener la mente distraída para no tener que pensar en la tragedia en la que se había convertido su vida. Eduardo, su ex esposo, debía de tener al menos diez años menos que ella. Sin embargo, la diferencia de edades no fue el peor de los impedimentos; él tenía un segundo frente pues también mantenía una relación amorosa con una jovencita de tan sólo 20 años.
De haber estado en su situación, también habría trabajado veintidós horas diarias, las otras 2 me las pasaría en el baño o comiendo, para mantener apartado el caos de mi cabeza. Pero confiaba en Alicia y sabía que estaba irascible desde que Edith había gritado a los cuatro vientos el día de mi cumpleaños: “ya va siendo hora de casarnos, no echaras a perder mi juventud”. Como era de suponer, Edith ya había hecho partícipe a Alicia de su opinión sobre la causa del desánimo que aquella boda suscita en mí, y Alicia estaba segura de que no estaba enamorado de Edith y su misión de mujer era insistir en algo que para ella era muy obvio.
—Respecto a la boda. ¿Ya has pensado al menos una fecha?
—No antes de octubre próximo —contesté, negando apresuradamente con la cabeza.
—Estamos a mediados de octubre.
—Por eso, hay un margen de doce meses para animarme. No voy a cambiar de idea, Alicia.
—Entonces alegra esa cara, parece que vas ir a un funeral en lugar de a tu propia boda.

—Ya me alegraré cuando lo haya... digerido.                                 A lo largo de los años había conocido a bastantes mujeres que se habían puesto nerviosas con solo susurrarles al oído, aunque ahora ya había dejado de ser el de antes. 

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